Es motivo de alegría y esperanza ver cómo hoy vuelve a florecer el antiguo Orden de las Vírgenes, testimoniado en las comunidades cristianas desde los tiempos apostólicos. Consagradas por el Obispo diocesano, asumen un vínculo especial con la Iglesia, a cuyo servicio se dedican, aun permaneciendo en el mundo. Solas o asociadas, constituyen una especial imagen escatológica de la Esposa celeste y de la vida futura, cuando finalmente la Iglesia viva en plenitud el amor de Cristo esposo (PP. San Juan Pablo II Exhortación apostólica Vita consecrata nº7).
El Orden de las Vírgenes es la más antigua de las formas de consagración femenina. Al surgir la vida monástica, el rito de consagración de Vírgenes quedó reservado a ese ámbito y por varios siglos, esta forma primigenia de consagración personal y pública de carácter secular quedó interrumpida.
Gracias al Concilio Vaticano II (Sacrosanctum Concilium nº80), fue revisado el originario rito dando lugar al nuevo ritual de Consagración de Vírgenes que recibió la aprobación de Pablo VI en 1971. El nuevo Código de Derecho Canónico (1983) reconoce esta forma de vida consagrada en la Iglesia y especifica su naturaleza jurídica en el canon 604.
El Orden de Vírgenes constituye un Orden, no una orden, es decir, un grupo eclesial con características propias y bien definidas. No es un instituto religioso ni secular, no tiene fundadores, ni directoras o superioras, responde en obediencia filial al Obispo Diocesano y a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica. Son mujeres seculares en cuanto que viven en el mundo, entre los demás, ejerciendo su propia profesión. Su característica esencial es la vivencia personal de la esponsalidad con Cristo y su vinculación con el obispo y con la Iglesia diocesana.
Vídeo de la entrada de Almudena López en el Orden de las Vírgenes
Testimonio de Almudena
Me llamo Almudena, tengo 35 años y soy Virgen Consagrada. Soy muy privilegiada, pues desde niña sé que el Señor me quería solo para Él, y aunque he tardado en darle una respuesta definitiva, esto ha hecho que, a pesar de todas mis reticencias iniciales, siempre mantuviera una parte de mí reservada en exclusividad para Dios. En esto consiste la virginidad, física y espiritual, en entregar a Dios lo más íntimo de ti misma, manteniendo (por pura gracia) la inocencia y pureza original de la infancia hasta entregarla de manera consciente y plena en la madurez.
Cada día hay que renovar la promesa, y mantenerla, para no “prostituirse” con falsos amores, como le pasaba al pueblo de Israel; pero estoy desposada con Cristo y Él es fiel. Es Él quien me sostiene y me levanta en las caídas.
Cuando me atreví a darle un sí definitivo (y después de una experiencia en una comunidad religiosa) no terminaba de encontrar mi sitio así que pensé que podría “formalizarlo” de alguna manera haciéndome virgen consagrada, y que después ya vendría el lugar y la comunidad. Sin embargo, descubrí por el camino que la Virginidad Consagrada es una vocación en sí misma, no un estado de paso; que tiene un carisma y una identidad propia: ¡ser esposa de Cristo en el mundo! siendo luz, signo y profecía en las realidades temporales. Sin una comunidad que te ampare, sin un superior directo al que obedecer… parece todo muy abstracto, pero en realidad no lo es. Tengo mi casa, mi hogar, ¡no estoy yo sola! ¡No vivo para mí! Igual que cualquier familia, necesito de la intimidad con Jesús, de un lugar de recogimiento ¡soy una mujer casada! Y aunque tengo que trabajar para mantenerme, ante todo soy mujer, esposa y madre. Esta vocación es muy femenina ya que el primer lugar de evangelización es en mi trabajo, al que puedo dedicarme en exclusividad, pero no para ser un profesional más, sino para entregarme como mujer y como madre, para dar a luz en la fe en mi trabajo, para mostrar con mi vida que Cristo se hace presente en todas y cada una de nuestras realidades, porque la mujer es signo de vida, y la vida se hace presente en el trabajo ordinario de todos los días.
Una familia feliz, una esposa enamorada, una sonrisa sincera y la alegría de trabajar un lunes por la mañana, son mis mejores armas para mostrar al mundo que Cristo vive y me ha seducido. No puedo estar más agradecida por poder disfrutar a cada instante de la sencillez de la vida y de las cosas pequeñas que me hacen crecer. Soy una privilegiada porque con un marido así todo se puede.
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