Me llamo Francisco, tengo 26 años, soy seminarista de segundo curso del Seminario Diocesano de la Inmaculada y de los Santos Niños Justo y Pastor. Este es mi tercer curso en el seminario, pues el primer año hice el propedéutico (año de introducción en la vida del seminario).
No soy natural de Alcalá, yo y mi familia somos naturales de Palencia, pero cuando tenía 9 años, por motivos de trabajo, trasladaron aquí a mi padre y nos vinimos a vivir a un pueblo de esta diócesis: Camarma.
A mí el Señor me hizo crecer en la fe a través de mis abuelos. Ellos fueron quienes, desde muy pequeño, me llevaron a misa los domingos, me enseñaron a rezar y con sencillez, no con cosas elevadas, me enseñaron como debía actuar en esta vida todo cristiano.
Un domingo cuando tenía unos 6 años, celebrando la eucaristía en la parroquia de mi abuela paterna en Palencia (Parroquia de Santa María Estela), viendo cómo los sacerdotes Don Lorenzo y Don Anselmo celebraban la eucaristía, el Señor me llamó al sacerdocio. Al salir de la parroquia se lo dije a mi abuela y esta al escucharlo como era una mujer de fe se puso contentísima.
Esta llamada fue de tal manera que a partir de ese momento cuando los fines de semana íbamos a casa de mis abuelos paternos a comer y me ponía a jugar, en vez de coger los juguetes que allí tenía, jugaba a que era el párroco de una parroquia como la del barrio de mi abuela y celebraba misas. Con el tiempo, como sabía que mi abuela trabajó de costurera, le pedí que mi hiciese un alba y unas casullas y me las hizo. Me acuerdo perfectamente de que la primera que me hizo fue una de color rojo y después me hizo una verde y una blanca (aún hoy mi madre las sigue conservando). Así que cuando iba a casa de mi abuela, me metía en una habitación, sacaba los santos y las estampas que iba pidiendo a mis abuelos, tías abuelas y amigos de la familia, me ponía el alba y la casulla y a celebrar misas. Además, llamaba a mi abuela y a mi hermana pequeña para que me escuchasen, ¡pobrecillas, lo que aguantaban! Además de esto quería acompañar a mis abuelos a las misas, novenas, rosarios de la aurora a los que solían asistir. Todo ello hizo que esa llama de la vocación que el Señor encendió en mí fuese creciendo y que antes de hacer la comunión me supiese entera, es decir, con las partes del sacerdote la Santa Misa, las oraciones básicas del cristiano y lo básico del contenido de nuestra fe. Además de todo esto, también me ayudó mucho la convivencia con los sacerdotes de la parroquia de mis abuelos paternos, Don Lorenzo y Don Anselmo, pues eran muy amigos de mi familia y pasaban muchas veces por casa.
Una vez que hice la primera comunión, vino de pastoral a la parroquia de mi abuela un seminarista del seminario de Palencia llamado Jesús (hoy sacerdote), quien me propuso formar parte de la escuela de monaguillos que estaba formando. Cuando me lo propuso yo no me lo pensé dos veces, acepté al instante y no os podéis imaginar lo contento que estaba por poder ayudar en el altar a mis sacerdotes. Escribiendo esto me vienen a la cabeza tantos recuerdos de tan buenos momentos y de tantas personas. ¡Cómo me cuidó el Señor! ¡Cómo prepara las cosas! ¡Cuánto me enseñó! ¡Cuánto aprendí y conocí de Él! Por medio del servicio en el altar, la convivencia con los sacerdotes, el seminarista, mis amigos de la escuela de monaguillos y la gente de la parroquia esa llama de la vocación el Señor la convirtió en una hoguera. Tenía cada vez más claro que quería entregarle la vida como la entregaban los sacerdotes de mi parroquia. Y esto lo tuve claro durante toda mi adolescencia en la que seguí siendo monaguillo en la parroquia de mi abuela, aun cuando nos trasladamos vivir a Camarma, pues todos los fines de semana íbamos a Palencia.
Pero en este camino no todo fue tan idílico, llegó el sufrimiento. Cuando finalizaba mis estudios obligatorios y todos mis amigos ya estaban pensando en la rama que iban coger en el bachillerato para la carrera, que si la universidad y otras cosas…, yo en cambio no pensaba en eso, pues tenía muy claro que después de 2º de bachillerato me iba al seminario. Pero mis padres no lo veían y estuvieron tres cursos insistiéndome que antes de entrar al seminario debía estudiar una carrera universitaria y me decían, además, que debía vivir más y saber lo que era la vida y se lo decían a mis amigos para que ellos me convenciesen. Yo siempre les respondía a todos lo mismo que no, que yo quería irme al seminario, no os voy a engañar, pero llegaron a haber momentos muy tensos en mi casa y ante esta situación y por no provocar disgustos y sobre todo por no disgustar a mi abuela paterna, pues el resto de mis abuelos fueron falleciendo, acepté estudiar una carrera, derecho, aquí en Alcalá. La carrera la planteé como unos estudios obligatorios que tenía que pasar para luego marcharme al seminario. Fue un periodo muy duro, hubo muchos momentos de desesperación y lágrimas porque cada vez que insinuaba o intentaba decir a mis padres que no podía más, que dejaba la carrera y me iba a seguir el camino al que el Señor me había llamado desde niño había tensión y discusiones en mi casa. Pero el Señor no me dejó, pues el año en que entré en la universidad se inauguró en la Capilla de la Santas Formas la adoración eucarística perpetua, que casualmente estaba pegada a mi facultad. Me hice adorador y lo que aprendí en esa “escuela” del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, maduré en mi vida de oración y sacramental y esa hoguera de mi vocación no se apagó, sino que siguió ardiendo y con más fuerza. Finalmente, todo ello hizo que cuando cursaba el tercer curso de carrera decidiese que iba a seguir el camino al que el Señor me había llamado con 6 años con todas las consecuencias que ello conllevase, solo quería hacer su voluntad. Al finalizar el curso reuní a mi familia en el salón y les dije con toda paz y sin ningún temor que dejaba la carrera y que me iba al seminario. Yo me esperaba que después de decir esto se iba a liar una buena, pero el Señor me hizo un regalo, pues después de decir esto mis padres no se enfadaron y me apoyaron, no me lo podía creer, después de tantas situaciones tan tensas.
Y tras varios encuentros con los formadores, llegó el día 18 de septiembre de 2017, día en que entré en el seminario, un día inolvidable para mí, siento que mis abuelos ya no estuviesen aquí para verlo, pues la abuela que me quedaba murió dos años antes. A partir de ese día, comencé un camino de configuración con Jesucristo por medio de la vida de oración y sacramental, la dirección espiritual, la convivencia con los seminaristas, los formadores y los sacerdotes y las personas de las parroquias en las que he estado y estoy de pastoral (Torres de la Alameda, Arganda del Rey y San Isidro de Alcalá), también a través de la rutina del día a día del seminario y la formación académica. Para que de esta manera el día que Él quiera que salga de esta forja, yo Francisco pase a un segundo plano y le haga sólo a Él presente en medio de los hombres a los que Él me envíe.
En esta configuración no os voy a engañar hay momentos difíciles, pero incluso en esos momentos estoy feliz porque se que Él está conmigo y que estoy cumpliendo su voluntad. Cada día que paso en esta santa casa tengo más claro que “se es sacerdote cuando se forma un alma sacerdotal, empeñando incesantemente todas las facultades y energías espirituales para conformar la propia alma sobre el modelo del Eterno y Sumo Sacerdote, Cristo” (Pio XII).
Al finalizar de escribir este testimonio os puedo decir sinceramente que lo único que sale de mi corazón al recordar tantas cosas, tantos momentos y personas, es una acción de gracias al Señor ¡Gracias Señor porque me has llamado, gracias por seguir hoy en esta tu forja, el Seminario, gracias por mis hermanos seminaristas, mis formadores, mi padre espiritual, gracias por mi familia y todas las personas que me has ido poniendo a lo largo de mi vida, gracias por las dificultades! ¡Gracias Señor , gracias!
Os deseo a todos un feliz día de San José. Y una petición: rezad por el Seminario.
En Cristo: Francisco Cordero Junquera, seminarista complutense.