Presentamos el testimonio de la hermana María Blanca (Amelia) del Instituto religioso de derecho pontificio Iesu Communio. La hermana María Blanca es una de las jóvenes de nuestra diócesis que tenemos en este Instituto. Pertenecía a la Parroquia de Nuestra Señora de Zulema. Entró en el monasterio en el 2008 con 17 años e hizo los votos solemnes en el año 2014.
¿Eres feliz?
Sí, soy muy feliz. Cada día más.
¿Cómo supiste que Dios te llamaba?
Me llenaba de alegría la posibilidad de seguirle aunque su propuesta era desconcertante. Y me llenaba de tristeza decirle que no, aunque así todo pareciese más seguro y controlable.
Ya, pero ¿cómo te lo dice Dios?
Desde que llegué a la parroquia para las catequesis de primera comunión me quedé allí porque me encantó el ambiente. Pero no conocía a Jesús; simplemente estaba a gusto allí.
Cuando tenía catorce años unos amigos me invitaron a un retiro y fui con ellos. En ese momento yo estaba pasándolo mal porque no me quería nada y no podía querer, estaba encerrada en mí misma. En casa siempre estaba de morros y con mala actitud, pero aunque quería comportarme mejor y no hacer sufrir tanto a mis padres, no podía. También sufría porque era muy exigente conmigo misma, estaba tensa porque pretendía ser una “chica diez” y no podía. Todo parecía irme bien: en el instituto, con los amigos, mis padres me querían… pero sufría porque no sabía quién era yo.
En ese retiro grité a Jesús como aquel ciego de Jericó: ‘Jesús, ¡ten compasión de mí!’. Él me respondió a lo más hondo del corazón: ‘Yo te quiero como eres, te prometo que vas a cambiar y te voy a ayudar, vas a poder amar y amarte; pero aunque no cambiases, te quiero como eres y no como crees que deberías ser’.
Me dio un vuelco la vida, todo se llenó de color y de sentido, desde entonces cada vez puedo ser más yo misma. Esta promesa de Jesús se ha ido renovando día a día. Solo a la luz de Jesús he podido conocerme y quererme tal y como soy (no como creo que debería ser, como otros esperan de mí o como una súper mujer). Así he podido empezar a amar a los que hay a mi alrededor también como son. Como dice el Papa Francisco, nuestro barro esconde un tesoro. También Isabel de la Trinidad, una joven carmelita, lo intuyó así: ‘El cielo es Jesús y Jesús está dentro de mí así que el cielo está en mí’.
Estamos siendo hechos, nuestra vida está en manos de Dios como el barro en las del artífice y nos va haciendo, modelando. Por eso la vida está llena de esperanza. Somos amados, no estamos solos.
Día a día mi vida, si me dejo hacer, se va entretejiendo y estrechando a Jesús de forma muy sencilla. En mi caso no hubo un día concreto en que la certeza de la llamada me “aplastase”, sino que lo he ido intuyendo en lo hondo del corazón hasta que, poco a poco, esa intuición se ha hecho certeza y, más tarde, evidencia.
¿No tuviste novio? ¿No querías ser madre?
Claro que he deseado el amor y la maternidad; es más, Dios es quien lo ha soñado para mí. Nunca me ha anulado como mujer. Él me hizo mujer y Él me hace esposa y madre.
Antes de entrar al monasterio, aunque sentía la llamada, dudé mucho porque había un chico que me gustaba ya desde el bachillerato.
En este momento fue fundamental dejarme acompañar y guiar por personas de Espíritu que se arrodillaron conmigo para ayudarme a escuchar la voz de Jesús, por encima de tus contradicciones (que, en mi caso, eran múltiples). Yo había tenido la suerte de conocer a la Madre Verónica y le pedí ayuda para ver por dónde seguir. Como ella es monja, yo pensé que me diría que no saliese con este chico y fuese más a misa. Pero no fue así. Su respuesta me desconcertó: ‘adelante, avanza, dile que sí, no puedes vivir con la duda. Si tu vocación es casarte con él, nos alegramos por ti y si no, no entrarás al convento y a la primera dificultad echarás la culpa a no haber resuelto esto. Tienes que resolver la duda’.
Salir con él fue un bien para mí. Le quise como pude, pero en el fondo yo notaba que no podía darle mi corazón entero porque ya estaba cogido por Jesús.
Eres normal y todo parece normal pero dentro de ti experimentas la esterilidad de no estar entregándote. Me costó aceptar que este no era mi camino, porque después de casi un año había encontrado una seguridad y no quería dejarla. Tampoco quería hacer sufrir a nadie. Jesús dijo: ‘deja todo y sígueme’, pero yo quería aferrarme a un camino más cómodo, más trillado. Me ilusionaba pensando que todo cambiaría y sería ideal. Nunca me han forzado ni Jesús ni la Iglesia. Siempre he sido libre. Es más, sólo en la Iglesia me he sentido verdaderamente libre. Jesús me esperó y me dio la fuerza que necesitaba en el momento de la decisión. Experimenté que el amor de Jesús es lo más real que hay. Él te toma para ser suya, Él te hace mujer, esposa y madre. Él ha puesto esos deseos en tu corazón y Él los lleva a cabo. ¡Qué afortunada soy de que me haya tomado para sí! ¡Me encanta su designio para mí!
¿Por qué Iesu Communio y no otro sitio donde haga más falta?
Porque no es una elección mía sino una llamada del Señor que te hace sentir en lo más profundo del corazón. Es un regalo, y no fruto de un cálculo o de una búsqueda razonada.
Por una parte me quemaba el dolor por la gente, por ayudar, por eso creía que todo indicaba que debía entrar en una congregación de vida activa. ¡A punto estuve!
Por otra parte, me parecía tan bella la vida de Iesu Communio y yo me había forjado una imagen tan desfigurada de cómo es Dios que me parecía que esto no podía ser para mí. ¡Qué contradicción tan grande!, ¿verdad? Tan absurdo como si te gusta un chico excepcional y decides no casarte con él porque es “demasiado” para ti. Fui olvidando el encuentro que había tenido con Jesús y me fui apagando, entristeciendo, y empecé a vivir desde mí y no desde Él. Convertí el encuentro en teoría. Entendí mal lo que significa entregarse.
Pensé que Dios me llamaría a una forma de vida donde me costase entrar. No creí que Dios me quisiera tan feliz. Qué equivocada estaba.
Dios es sencillo, y nos quiere sencillamente felices, él quiere hacernos bien. No es un menesteroso que carece de algo y viene a pedírnoslo, Él es el Rey y viene a volcar todo su bien en nosotros.
Yo sentía un atractivo inmenso a este carisma y me inundaba de tristeza cerrarme a vivirlo.
Una vez más el Señor me rescató con paciencia y ternura. Me dio la fuerza para afrontar esta situación de frente: ‘Yo no puedo tener diecisiete años y haber perdido la ilusión por vivir; tengo que quitarme las dudas y hacer la experiencia en Iesu Communio, si no, me arrepentiré toda la vida’. Sólo tenemos una vida para hacer Su voluntad.
Cuál no fue mi sorpresa cuando, no solo me quité la duda sino que me abrí al designio salvador de Dios para mí, todo fue una confirmación. Arde el corazón en el camino que Él ha soñado para ti. Yo he nacido para esto. Dios nos quiere felices, Él no quiere que vivamos atormentados. Aunque la vida tiene momentos sufrientes (basta leer el evangelio y mirar la vida de Jesús), pero no sufrimientos que nos busquemos nosotros sino un dolor creador que nos viene dado acompañado siempre del amor tierno de Dios que nos sostiene.
¿Cómo se lo tomaron tus padres siendo hija única?, ¿y tus amigos?
Mis padres no participan de la vida de la parroquia, pero yo nunca diría que conozco a Jesús a pesar de eso sino gracias a la forma tan libre en la que me han educado. Ellos, sin saberlo, me han ayudado mucho a buscar a Dios. Prueba de ello es cómo han vivido este camino conmigo.
Cuando —temblando— les dije que quería entrar, esperaba que se enfadasen ya que tenían proyectos buenísimos para mí por los que se habían esforzado mucho (darme unos buenos estudios, una vida cómoda…). Pero no se enfadaron, se entristecieron hondamente. Pensaron que me perdían y que yo me anulaba como mujer.
Casi me muero, no quería hacerles pasar por un dolor así por nada del mundo y tenía mucho miedo de que se quedaran solos, sin mí. Pero sabía que Jesús les quiere más que yo, Dios no puede querer algo bueno para mí y malo para ellos.
Lo dieron todo por mí: me acompañaron al convento, conocieron a la comunidad y se dejaron querer por las hermanas. Así, poco a poco, se han ido empapando de esta forma de vida, como un goteo constante que horada la roca.
Con el tiempo han ido experimentando cómo Dios no quita nada y cómo la idea que se forjaron acerca de cómo sería la vida si entraba al monasterio no era acertada. También yo he ido aprendiendo a pensar en ellos y a quererles, a dejar de ser una niña que exige que se lo den todo y a entregar lo mío a favor de lo suyo.
Ahora nos queremos más que nunca (aunque a veces lo pasen un poco mal, claro). Cuando vienen a verme nos sentamos los tres juntos a hablar. Aquí no hay tele, internet, radio… como cuando estaba en casa y no paraba ni les atendía. Aquí estamos juntos. Es un regalo cómo se ha ido renovando nuestra relación.
Entre los amigos hubo todo tipo de reacciones, unos se alegraban por mí y otros se entristecían por ellos. Es un impacto, ¡lo entiendo! Pero lo que he experimentado es que los lazos de la fe crean verdaderas amistades, con raíces.
¿No te arrepientes de haber entrado con 17 años? ¿No te habrás perdido algo?
Me encanta escuchar testimonios de conversiones. Es bellísimo cómo Dios toca el corazón del hombre. Pero yo no he vivido una gran conversión y también me encanta que sea así. Como ya he dicho, desde pequeña permanecí en la parroquia apuntándome a todo lo que había. Me siento muy afortunada de haber crecido en la Madre Iglesia que me ha ido presentando poco a poco a Jesús. Como afirmó Teresa del Niño Jesús, su amor creció conmigo.
Cuando Él fascina tu corazón, no se te ocurre decir ‘espera, que primero quiero ver mundo y asegurarme de que no renuncio a nada’. ¿A qué novio se le pasa por la cabeza el día de su boda que renuncia a todas las otras mujeres del mundo por casarse con la suya?
Lo único que siento que he perdido en la vida es la plenitud que Dios me quería dar en tantos momentos de la vida cotidiana y a la que yo me he cerrado por cabezota, por no querer soltar mi proyecto. La pérdida es alejarse de Él porque yo soy demasiado estrecha para mí misma.
¿No tienes dudas? Si quieres, ¿lo puedes dejar?
He tenido dudas a veces. Ante dificultades que he querido afrontar sin una mirada de fe. Es normal. Pero es ahí donde puedes conocerte.
Además a mí todo me afecta. Si sale el sol tengo más ánimo que si llueve. Soy frágil. Creo que es bueno conocerse, saber que somos pequeños. Pero no puedo, a partir de esto, tomar la decisión sobre mi vida.
Yo he conocido este amor que lo ha dado todo por mí, y quiero cuidarlo y custodiarlo todos los días de mi vida (los días de sol y los de lluvia).
A lo largo del camino no estamos solos, podemos pedir ayuda. En muchos momentos la palabra de la Iglesia ha sido el mástil al que poder atarme. Si quiero puedo irme porque Dios siempre deja libre y porque esto no es un cuartel sino un hogar. Pero yo no quiero irme, quiero quedarme para siempre. Esta es mi vida.
Quiero quedarme con mi Esposo, entregándome por mis hijos, ¿qué más da si un día echo de menos algo? ¡Es mucho lo que tengo: un amor por el que vivir! La libertad no es mirar sentada cómo todos los caminos están abiertos ante mí, sino tomar el mío y avanzar disfrutando de lo que hay.
Gracias Jesús, gracias una y mil veces.